Desde la primera predicación de Pedro (Hch 2,22‑36; 3,12‑26; 4,9‑12; 10,34‑43) se trata de vencer el escándalo de la cruz, mostrándola como el plan salvífico del Padre. La resurrección se anuncia como el hecho que confirma el proyecto divino. La glorificación de Jesús aparece como un hecho esencial, que abre los tiempos del Mesías. Continuidad con el Jesús histórico: Al comienzo de libro de los Hechos (Hch 1,3), Jesús continúa completando su misión terrena. Los discípulos siguen con su ingenua fe (Hch 1,6), que raya en la incredulidad (Mc 16,14). Recordemos que Jesús, participa con ellos a la mesa (Mc 16, 14; Lc 24,30; Hch 1,4). Es de ahí, uqe podemos mencionar dos hechos que resaltan: a) Es el mismo Jesús histórico, y b) Es la misma misión, confirmada por el Padre.
a) Resurrección y misión apostólica
Las apariciones de Cristo van preparando gradualmente a los discípulos para confirmarles también a ellos, definitivamente, la misión que Jesús les había ya encomendado durante su vida. Por eso ellos comprenden mejor, a la luz de la resurrección, el sentido correcto de su misión.
Esta plena comprensión ha influido en las narraciones de los evangelios, ya que los escritores narraban los hechos desde la perspectiva de quienes habían comprendido el significado de su misión. Esta queda clara especialmente en la última aparición que narra cada uno de los sinópticos. Mateo, lo hace con un matiz eclesial: se aparece «a los once» en el monte de Galilea donde les había encomendado originalmente la misión (Mt 28,16‑20). En Galilea había proclamado Jesús el reino. Ahí mismo lo abre a todos los gentiles. Es, pues, la misma misión histórica de Jesús en continuidad, que llega a su cumplimiento. Igualmente, Marcos, concluye con una misión (Mc 16,15‑18). La misión que se encomienda a los discípulos está en completa continuidad con la que él mismo ha atribuido al Jesús histórico: expulsar demonios, imponer las manos sobre los enfermos.
Lucas, conserva la justificación de la universalidad de la misión: la muerte y resurrección de Jesucristo cumplen la Escritura, para que a partir de ella se predique el nombre de Jesús para la conversión y perdón de los pecados en todas las naciones.
b) Presencia del resucitado en la Iglesia
Cristo es cabeza de la Iglesia a partir de su resurrección (Mt 28,20). Dicha presencia tiene dos dimensiones; una eclesial: Jesús resucitado preside permanentemente la comunidad de salvación, ya que el mensaje está dirigido a los once, que en Mt representa una estructura eclesial incluso jurídica. La otra dimensión, escatológica: esta Iglesia está encaminada a la consumación del Reino, y lo está al mismo tiempo preparando. Marcos, presenta esta dimensión eclesiológica al expresar cómo todas las señales que acompañan a los discípulos serán «en mi nombre» (Mc 16,17), es decir, será Jesús quien actúe. Lucas, enseña cómo por la muerte y resurrección de Jesucristo se predicará en su nombre la conversión para perdón de todos los pecados a todas las naciones (Lc 24,47); es decir, que el nombre de Jesús está presente en toda la misión eclesial. Y, por otra parte, el mismo Jesucristo resucitado establecerá su Iglesia por el envío del Espíritu Santo (Lc 24,49).
c) Cristo resucitado, revelador de la Trinidad
Según el Nuevo Testamento, es el Padre quien resucita a Jesucristo; pero es el Hijo quien resucita y está vivo, continuando su misión como Cabeza de la Iglesia; y son ambos quienes envían al Espíritu Santo. Esta teología trinitaria puede abordarse en la Escritura sólo a partir de las «misiones»: El Padre envía al Hijo y éste a sus apóstoles. El poder del Hijo proviene del Padre, y lo ejerce Jesucristo sobre todo el universo, lo cual lo constituye en Señor. Y en virtud de este mismo poder envía a los discípulos (Mt 28,18‑19). Pero es Jesús resucitado quien cumple la promesa del Padre al enviar al Espíritu (Lc 24,49). Más aún, es el Padre quien resucita al Hijo. Esto está explicitado, tanto por las formas directas como por las implícitas. Directamente se afirma: «por eso Dios lo exaltó» (Flp 2,10); y ya desde la primera predicación de Pedro afirma que todas las obras de Jesús son del Padre, y que el Padre es incluso quien lo ha resucitado (Hch 2,22‑24; 2,33). Indirectamente por la expresión pasiva, que según la costumbre hebrea indica una acción divina, suponiendo a Dios como sujeto: «fue despertado». Aunque lo más común es atribuir la acción directamente al Padre (Rm 8,11; Ga 1,1; Col 2,12). Esta manera de expresar las cosas indica que toda la misión de Jesucristo es obediencial, tanto en el descenso (kénosis), como en el ascenso (exaltación).
Continuaremos reflexionando en este tiempo de pascua.
¡Feliz Pascua de Resurrección!