Mensaje de 1Re 3,5-6a.7-12
El rey Salomón, pide a Dios en su oración, que le conceda sabiduría de corazón para que sepa gobernar a su pueblo. Dios, ante esta petición inteligente y desinteresada del rey, atiende la súplica concediéndole tres dones:
a) Tener un corazón sabio.
b) Rectitud para gobernar.
c) Saber discernir entre el bien y mal.
Virtudes indispensables para gobernar.
Salomón, consciente de lo difícil que suponía gobernar a un pueblo tan numeroso y de sus limitaciones por ser aún joven, pide a Dios un corazón sabio para gobernar, anteponiendo esta cualidad a otros bienes y dones (1Re 3,6-9). Dios atiende favorablemente el pedido del rey (1Re 3,10-12), pero su respuesta no se limita a su solicitud, sino que generosamente le otorga lo que no pidió: riqueza, gloria y larga vida (1Re 3,13-14).
De esta forma Dios concede a Salomón las cualidades para ser un buen rey, dones que realzan la actitud de quien desea ser parte del Reino: tener un corazón obediente a la Palabra.
Textos paralelos
2Crónicas 1,7-12; 1 Reyes 10,6-7; Proverbios 2,1-5; Eclesiástico 2,4-10; Santiago 1,5-6.
Mensaje del Evangelio según san Mateo 13,44-52
Las cualidades y actitudes que se describen en la primera lectura, encuentran su realización en el corazón de las personas sencillas: “Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, ¡se las diste a conocer a la gente sencilla!” (Mt 11,25) que llegan a descubrir el valor del Reino y están dispuestos a vender cuanto tiene para adquirirlo.
Las parábolas del tesoro y de la perla contienen una misma enseñanza: el compromiso radical que exige el Reino y la invitación a hacer un discernimiento sensato ante las múltiples ofertas que nos hace la sociedad; frente a ellas el Reino se compara a un tesoro escondido y a una perla de gran precio. Las personas que llegan a comprender el gran valor que tiene y están dispuestas a dejar de lado sus intereses con el fin de adquirir ese tesoro, renuncian a todo lo que poseen para comprar ese máximo bien. Esas personas actúan con sabiduría.
La tercera parábola de modo breve pero severo describe la situación de quienes rechazan las enseñanzas y valores del Reino del Cielo, por consiguiente, no son “buenos peces”, porque para acceder al Reino acontece lo mismo que, cuando los pescadores abren sus redes, seleccionan a los que consideran buenos peces y desechan a los malos. “Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Esta serie de parábolas que hablan del Reino de Dios, concluye haciendo mención a un maestro de la ley, se trata también de un tesoro, se trata de un arca, de una reserva, en la que su propietario conserva objetos de gran valor. Que como un padre de familia saca de su tesoro cosas nuevas y viejas. Lo nuevo es la novedad de la enseñanza del Evangelio, con lo antiguo parece hacer referencia al Antiguo Testamento, que contiene también la revelación divina, que no ha perdido su vigencia por causa del Evangelio (cf. Mt 5,17). Por tanto, quien ha entendido las parábolas del Reino y se ha hecho su discípulo vendiendo todo lo que tiene, posee la riqueza del Nuevo Testamento, del Evangelio que debe anunciar sin dejar de lado las enseñanzas del Antiguo Testamento.
Textos paralelos
Marcos 6,1-6.
Mensaje de la carta a los Romanos 8,28-30
La presencia del Reino de Dios, que se manifiesta en la imagen del campo y de la perla, cuya riqueza verdadera se concentra en la persona de Cristo, se hace patente cuando su imagen se reproduce en nosotros y en la comunidad.
San Pablo afirma que el amor de Dios por nosotros no tiene otra finalidad que: “hacernos conformes a la imagen de su Hijo”. Por tanto, el destino al que nos dirigimos si elegimos su Reino, es optimista: “Dios nos predestinó a ser imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos”.
Al ser predestinados la iniciativa viene de Dios, pero ello no significa que el ser humano quede indiferente; el término “predestinado” significa también una respuesta activa, libre y propositiva de parte de las personas, porque Dios ha querido que todo nos llegara a través de Cristo, el “Primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29). El designio consiste en que en Cristo somos llamados “a reproducir su imagen” (Rm 8,29). Sin merecimiento hemos sido elegidos en Él, por consiguiente nos ha dado la salvación y la gloria.
Textos paralelos
2 Cor 5,2-5; Flp 3,21s; Ef 1,4-10