23 octubre,2024
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«Testigo de la luz»

DOMINGO III DE ADVIENTO “GAUDETE”

Mensaje del Profeta Isaías 61,1-2a. 10-11.

El texto – hace parte del denominado tercer libro de Isaías – donde se anuncia con mucha alegría que el pueblo de Israel va a retornar a su tierra, y podrán reconstruir su ciudad que había quedado destruida tras la invasión de los ejércitos de Babilónica.

La lectura empieza con la expresión: “el Espíritu del Señor esta Sobre mi” que expresa la intervención directa de Dios en la vida y misión del profeta. Este don que le da Dios se manifiesta con dos afirmaciones: “me ha ungido” y “me ha enviado”. El término ungido (que se traduce como “mesías” y “cristo” en hebreo y griego respectivamente) manifiesta que es un “enviado” de Dios, es el heraldo de la Buena Noticia, el mensajero de la alegría que anuncia a los pobres la salvación. Su mensaje es para dar consuelo a los que están decaídos, a los que tienen el corazón destrozado (Sal 51,9) y a romper las cadenas de los cautivos. Por la fuerza del Espíritu las palabras del profeta tienen una fuerza esperanzadora, ya que proclama el año de gracia, el año jubilar que según el libro del Levítico (Lv 25,10) se celebraba cada cincuenta años, en el que cada persona recobraba su libertad y sus bienes.

Ante este anuncio de salvación, la comunidad estalla con un himno de agradecimiento (vv. 10-11), que desborda de alegría ante la promesa de Dios, un gozo que se compara con lo que experimentan los novios el día de su boda, cuando se engalanan con sus mejores trajes. Por este anuncio gozoso de parte de Dios, el profeta pide al pueblo que se debe cambiar el vestido de duelo por el de fiesta (cf. Jr 33. 11; Ap 21. 2). Ya que el tiempo de angustia, de llanto va a concluir, pues llegan el tiempo de salvación los días de gozo y de felicidad.

Textos paralelos

Is 45,14; Ap 21,9-27; Ap 21,24; Is 49,18-22; Bar 5,5s; Is 55,5; Is 49,17; 54,8; Ap 21,25s.

Mensaje de I carta de san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24.

El Apóstol se dirige a la comunidad con unas exhortaciones de cara al comportamiento que debe tener el discípulo del Señor (vv. 12-15). Como en la primera lectura, la carta es una llamada a la alegría, a la oración constante y agradecer a Dios por todo lo que nos da.

La esperanza del retorno de Jesucristo (v. 23), la gloriosa venida del Señor en los últimos tiempos, es el tema central de la carta y es la que da sentido al comportamiento del creyente. El apóstol concentra la actitud cristiana en relación al advenimiento del Señor en tres actitudes que deben tener los discípulos del Señor: la alegría, la oración y el agradecimiento. «Estén siempre alegres” es una de las características del cristiano que debe sobresalir incluso en momentos difíciles y de sufrimiento, porque la razón de esta alegría se basa en la plena confianza de la salvación en Cristo. Por otro lado, el Apóstol exhorta a orar siempre, de noche y de día, en todo momento y sin desanimarse (cf. 2Tes 2,11; Flp 1,4; 4,6; Ef 6,18; Col 1,3), pues sin la oración la eficacia de la labor evangelizadora se debilitaría (cf. 2Cor 1,11). Y se debe: ¡Dar gracias por todo! incluso en los momentos de mucha dificultad. Es en estas circunstancias que debe mostrarse la fuerza de la fe, comprender que todo lo que viene de la mano de Dios es para nuestra salvación. Estas son las actitudes que debe caracterizar una vida cristiana comprometida.

Pide además no impedir que el Espíritu se manifieste (cf. 1Co 12, 7-11; 1Co 14, 26-33); se debe estar atento a todo lo que inspira en la comunidad, examinar todo, viendo si los que se expresan como profetas sean realmente inspirados por Dios, y finalmente advierte que deben cuidarse de todo mal (cf. 2, 3; Rm 14, 15; 1Co 8, 13).

Textos paralelos

Mt 5,38s; Rom 12,17; Gál 6,10; Col 3,12s; 1 Cor 12,1-10; Job 1,8; 2,3; 1 Cor 1,9.

Mensaje del Evangelio según San Juan 1,6-8. 19-28. 

El Evangelio de este domingo consta de dos partes; la primera (vv. 6-8) y la segunda (Jn 1,19-28). La primera parte deja en claro que la función del Bautista es el de ser testigo de la luz. Esa luz que es el Verbo, y que está en estrecha unión con Dios para revelar al mundo la verdad de su amor, de la entrega de su hijo para que el mundo se salve. (cf. Jn 3,16). Juan el bautista se presenta como el testigo (mártir) que tiene por misión dar testimonio de la luz. De hecho, Juan se constituye en el testigo privilegiado puesto que ha escuchado la voz del Padre y ha visto al Espíritu descender sobre Jesús y permanecer en Él (Jn 1,32-34), por lo que su testimonio tiene el fin de hacer que todos acepten y crean que Jesús es la Luz.

La segunda parte del Evangelio nos presenta a Juan Bautista, cumpliendo su rol de testigo ante una comisión oficial enviada por las autoridades de Jerusalén a “Betania, al otro lado del Jordán” (v. 28).

La comitiva pregunta por su identidad “¿quién eres?” (v. 19), la respuesta del Bautista quiere evitar cualquier malentendido sobre su persona y su misión, afirmando que él no es el Mesías, el Salvador esperado, el descendiente del rey David, que según las expectativas judías debía venir en los últimos tiempos para restaurar la dignidad del pueblo. El testimonio de no identificarse como el mesías de parte de Juan el Bautista, se puede entender como una auténtica confesión de fe sobre la mesianidad de Jesús. Ante la insistencia de los sacerdotes y letrados de conocer cuál es su origen, el testigo afirma con vehemencia que no es ni Elías el profeta del siglo VIII, que los judíos esperaban que volviera al final de los tiempos, como signo de la proximidad de la llegada del Mesías (cf. Mal 3,23-24; Eclo 48,10) (cf. Mal 3,1-3.23; Mc 9,11; Mt 7,10). Ni tampoco, el profeta definitivo que había de venir después de Moisés (cf. Dt 18,15.18), quien es el que daría legitimidad a las acciones del mesías. Como se ve son dos grandes personajes esperados para el tiempo mesiánico a los que Juan menciona.

Luego el Bautista da a conocer cuál es su identidad, y se define a sí mismo asumiendo las palabras del profeta Isaías: “Yo soy la voz del que clama en el desierto” (v. 23) y el que prepara el camino del Señor (cf. Is 40,3; Mt 3,3; Mc 1,3; Lc 3,4; Jn 1,23). Lo dice con claridad, él no es la luz, sino el que da testimonio de la Luz verdadera. Es solo la voz que prepara el camino, buscando el arrepentimiento de los pecados y la conversión. Ante la insistencia de los fariseos sobre el motivo de su bautismo, Juan replica: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno a quien no conocen” (v. 26), al que el Bautista no es capaz de ofrecerle ni siquiera el más humilde de los servicios, como el de desatarle la correa de las sandalias, porque es más fuerte que él.

Textos paralelos

1 Cor 8,6; Col 1,15-20; Heb 1,1-3; Jn 1,19-34; Jn 1,30

Por: Javier Silva Aparicio

Responsable de la Sección de Animación Bíblica

Área de Evangelización – CEB

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