2 noviembre,2024
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Santa Rosa de Lima, la patrona de Lima, América y Filipinas

Lecturas de Hoy: 2Co 10,17 11,2; Sal 148,1-2.11-14; Mt 13,44-46

Cada 30 de agosto la Iglesia Católica en algunos países celebra de manera universal a Santa Rosa de Lima (1586-1617), patrona de Perú, América y Filipinas. 

En su país natal, el día destinado para celebrarla es el 30 de agosto -es decir, una semana después de su fiesta universal- y su celebración tiene rango de solemnidad litúrgica -día de precepto o de guardar-, es feriado civil y religioso. 

Santa Rosa, primera santa de América, solía decir: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús”. ¡Sirvamos al hermano que está en necesidad!

La rosa más bella del jardín

Isabel Flores de Oliva, su nombre de pila, nació en Lima (Perú) el 20 de abril de 1586 y fue bautizada el 25 de mayo de ese mismo año. Aunque su nombre era Isabel -puesto en honor a su abuela materna-, una india que servía a la familia Flores de Oliva empezó a llamarla de cariño “Rosa”, debido a la belleza del color de sus mejillas. Poco a poco, esa forma cariñosa de llamar a la niña la adquirieron sus propios padres y el entorno familiar. 

Rosa recibió una esmerada educación -con un acento especial en la formación espiritual-, gracias a la cual tuvo noticia de la figura y legado de Santa Catalina de Siena, a quien admiraría toda su vida. 

A los once años ‘Rosita’ se mudó con su familia a Quives, un pueblo ubicado en las serranías de Lima, a consecuencia de los problemas económicos acarreados por el fracaso de su padre en la explotación de una mina. Ciertamente fueron tiempos difíciles para los Flores de Oliva, pero también de profusas bendiciones. 

Una de esas bendiciones tuvo lugar en 1597: Santo Toribio de Mogrovejo, entonces Arzobispo de Lima, en visita pastoral a Quives, le administró el sacramento de la Confirmación. El encuentro con el también santo fue muy significativo. Fue Santo Toribio quien ‘oficialmente’ le cambiaría de nombre: de acuerdo a la costumbre, el confirmando podía pedir y recibir un nuevo nombre; Isabel no perdió tiempo y pidió el de “Rosa”. 

Crucificada con Cristo

Al cumplir los 20 años, Rosa regresó a Lima, capital del virreinato, con su familia. La joven empezó a trabajar buena parte del día en el huerto y durante la noche cosía ropa para las familias pudientes de la ciudad, con lo que se hacía de un dinero para ayudar al sostenimiento del hogar. A pesar de esa situación, Rosa era una joven muy feliz. Y no lo era por casualidad: para ese momento, la santa ya dedicaba horas enteras a la oración y a la práctica de la penitencia. 

A medida en que su amor por el Crucificado se hacía más intenso, se sintió inspirada para una entrega mayor a Dios. En su alma empezó a rondar la idea de hacer un voto de virginidad. 

Rosa se descubría llamada a esforzarse por asistir a Misa con frecuencia y así recibir la Comunión. Con cierta naturalidad, su alma se fue abriendo de a pocos a nuevas dimensiones: la mística y la contemplación. Casi sin darse cuenta, se estaba convirtiendo en signo de contradicción para una ciudad que flaqueaba en su identidad cristiana, cuando no caía simplemente presa de la frivolidad.

En una ocasión, la madre de Rosa hizo una corona de flores y se la puso en la cabeza para que la luzca en un evento social. Ella no se sentía cómoda en lo absoluto y presionó una de las ramas de la corona, clavándose una de las horquillas. Un breve hilo de sangre y el dolor se habían transformado en penitencia. 

Rosa aprendió así a aprovechar las circunstancias para unirse a Cristo sufriente. Cuando una mujer halagó la suavidad de sus manos y la finura de sus dedos, la joven cubrió, tan pronto como pudo, sus manos con barro. 

Ese tipo de reacciones, difíciles de comprender en estos tiempos, respondían a una lógica muy distinta a las que hoy vemos: Rosa era muy consciente de cuán difícil es dominar el amor propio y la vanidad, así como preservar el corazón exclusivamente para su ‘Esposo’, el Señor Jesús. Por eso realizaba intensos ayunos y pasaba las noches en vela haciendo oración por los pecadores, especialmente por quienes se habían cerrado a Dios. 

Por amor a las almas en necesidad

La joven se sometió a rigores físicos y a distinto tipo de mortificaciones, siempre con el deseo de alejar de sí las distracciones, ofreciendo lo que hacía por los más necesitados. 

A pesar de que sus padres intentaron casarla, ella se negó y defendió su vocación particular. Así, el 10 de agosto de 1606, Rosa ingresó como Terciaria en la Orden de Santo Domingo, siguiendo los pasos de Santa Catalina de Siena, su “maestra espiritual”. Y a  sugerencia de un sacerdote dominico, aceptó que la llamaran ‘Rosa de Santa María’.

Mística y caridad

Con la ayuda de su hermano Hernando, Santa Rosa construyó una ermita en un rincón del huerto de su casa; allí oraba y se mortificaba. En soledad, de jueves a sábado, comenzó a tener experiencias místicas: la primera de ellas, conocer los sufrimientos del Señor en la Pasión.

Es cierto que Rosa pasaba gran parte del tiempo recluida en su ermita, pero no menos cierto es que se daba tiempo para ir a la iglesia de la Virgen del Rosario, o para atender a los enfermos abandonados o a los esclavos maltratados. En medio de esas labores conoció a San Martín de Porres, con quien compartía el afán de asistir a quienes, por su sufrimiento, eran otros Cristos, escarnecidos y llagados. Ambos santos se harían buenos amigos, como corresponde a los que son compañeros en el ejercicio de la caridad.

Rosa tenía el alma ardiendo de amor a Dios y por los hermanos. Se cuenta cómo su tono de voz cambiaba y su rostro se encendía cuando hablaba de Jesús; lo mismo que cuando se ponía en presencia del Santísimo Sacramento, o cuando recibía la Eucaristía. Por supuesto, nada de esto la eximió de las incomprensiones, las burlas de muchos, e, incluso, de alguna falsa acusación o rumor. 

Como fuese, por la fuerza de su testimonio, los limeños empezaron a reconocerla, amarla y a ver en ella una luz que irradia santidad. 

Protectora de Lima

En 1615, un grupo de piratas quiso atacar la ciudad de Lima. Se trataba de hombres atraídos por las leyendas sobre sus tesoros y riquezas. Estando sus barcos anclados frente al Callao, Santa Rosa y otras mujeres acudieron a la iglesia de la Virgen del Rosario para rezar ante el Santísimo Sacramento y pedir a Dios que librara del saqueo a la capital. 

La santa se quedó delante del sagrario con ánimo de protegerlo. No estaba dispuesta a permitir que alguien se acerque a él con ánimo de profanarlo. Si la ciudad caía en manos del enemigo, ella entregaría la vida. 

Un par de días después, corrió la noticia de que el capitán de la embarcación pirata había muerto, y que su barco se había retirado. Los limeños, entonces, ya no tenían dudas sobre Rosa: esto había sido un milagro y ella era su intercesora.

Últimos años

En sus últimos años de vida, la salud de la santa decayó mucho y tuvo que ser recibida en casa de una familia de esposos muy piadosos, Don Gonzalo de la Maza y Doña María Uzategui. La pareja la consideraba como una hija y velaron por ella por casi tres años, hasta el día de su muerte.

A pesar de su débil salud, Rosa oraba así: “Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor”.

Desposorio místico

En 1617, el Domingo de Ramos, ocurrió su “desposorio místico”. Mientras oraba delante de la Virgen del Rosario, el Niño Jesús le dijo: “Rosa de mi Corazón, yo te quiero por esposa”. Ella le respondió: “Señor, aquí tienes a tu inútil esclava; tuya soy y tuya seré para siempre».

Hoy, en la iglesia de Santo Domingo, en el centro de Lima, se conserva la loseta sobre la cual estaba de pie la santa cuando sucedió su desposorio. 

¡Santa, santa!

Santa Rosa de Lima murió el 24 de agosto de 1617 a los 31 años. Los funerales movilizaron a toda la ciudad. Entre los asistentes estuvieron altas autoridades eclesiásticas, políticas y el Virrey de España. Pero no sólo ellos; estaba el pueblo que pugnaba por entrar a la casa de los De la Maza al grito de “santa, santa”. Muchas personas se acercaron al féretro en el que yacía su cuerpo para arrancar un trocito de su hábito y preservarlo como reliquia. Otras tuvieron que ser dispersadas por la guardia del Virrey porque llegaron hasta arrancarle un dedo del pie. 

Santa Rosa fue sepultada inicialmente en el claustro del Convento de los Dominicos, pero su cuerpo después fue trasladado a la capilla de Santa Catalina de Siena en la iglesia del Rosario. Su cráneo se encuentra hoy en la iglesia de Santo Domingo -ubicada a unos pasos de la Plaza Mayor de Lima- junto a los cráneos de San Martín de Porres y San Juan Macías.

El lugar prominente de la mujer en la Iglesia

Rosa de Lima fue canonizada por el Papa Clemente X en 1671, convirtiéndose en la primera santa de América. El mismo Pontífice la declaró patrona principal del Nuevo Mundo (América), Filipinas e Indias Occidentales. «Probablemente no ha habido en América un misionero que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones», señaló el Papa Inocencio IX refiriéndose a ella.

En 1992, el Papa San Juan Pablo II, de visita en Perú, dijo que la vida sencilla y austera de Santa Rosa de Lima era “testimonio elocuente del papel decisivo que la mujer ha tenido y sigue teniendo en el anuncio del Evangelio”.

Algunas frases de santa Rosa

  • “El amor es duro, pero es nuestra esencia. Eso es lo que nos eleva por encima del resto de las criaturas”.
  • “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos dejar de ayudar a nuestros vecinos, porque en ellos servimos a Jesús”.
  • “Aparte de la cruz, no hay otra escalera por la que podamos llegar al cielo”.
  • “El don de la gracia aumenta a medida que la lucha aumenta”.
  • “Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia”.

Oración para todos los días

Gloriosa Santa Rosa de Lima, tú que supiste 
lo que es amar a Jesús con un corazón tan fino 
y generoso. Que despreciaste las vanidades 
del mundo para abrazarte a su cruz desde
tu más tierna infancia. Que amaste con filial 
devoción a nuestra Madre del Cielo y profesaste 
una gran ternura y dedicación a los más 
desvalidos, sirviéndoles como el mismo Jesús.

Enséñanos a imitar tus grandes virtudes para que, 
siguiendo tu ejemplo, podamos gozar de tu gloriosa protección en el Cielo. Por Nuestro Señor Jesucristo, 
que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Con información de Aciprensa y Shajaj Ministerio Católico

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