Exposición del Santísimo Sacramento
El presente texto es una propuesta que posteriormente debe ser concretada e inculturada, según las tradiciones locales.
Habiéndose reunido los fieles e iniciado un canto, el ministro se acerca al lugar de la Reserva. Trae al Santísimo Sacramento y lo expone en la custodia. De rodillas, el ministro inciensa al Santísimo Sacramento.
C./ Señor, contemplamos tu presencia real en este Santísimo Sacramento y te damos gracias por habernos llamado a estar ante ti. Nos reunimos confiando en Ti y en tu Palabra. Prepara nuestra mente y corazón para recibir las gracias que has preparado para nosotros en este momento. Haz que seamos conscientes en cada momento de que estamos frente a Ti y a tu amor infinito. Abre nuestro entendimiento y nuestra voluntad para recibir tu Palabra y anunciarla con nuestra vida.
C./ Alabemos y demos gracias en cada instante y momento.
R./ Al Santísimo y Divinísimo Sacramento. “Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”. (Jn 1,14)
Padre nuestro, Ave María, Gloria…
C./ Alabemos y demos gracias en cada instante y momento.
R./ Al Santísimo y Divinísimo Sacramento.
“Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. (Lc 24,32)
Padre nuestro, Ave María, Gloria…
C./ Alabemos y demos gracias en cada instante y momento.
R./ Al Santísimo y Divinísimo Sacramento.
“Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. (Mt 28,19-20)
Padre nuestro, Ave María, Gloria…
L./ Escuchemos y acojamos la Palabra de Dios, siempre viva y eficaz. Dejemos que resuene dentro de nosotros e ilumine nuestras vidas.
Aclamación al Evangelio Aleluya, aleluya.
“Permaneced en mí y yo en vosotros, dice el Señor; Quien permanece en mí da mucho fruto”. Aleluya.
Escuchen la Palabra del Señor del Santo Evangelio según San Juan (15, 1-5.9-11)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”.
Reflexión guiada:
L./ En el contexto del Domingo de la Palabra de Dios celebramos este momento de adoración, que este año se inspira en el texto: «Permanezcan en mi Palabra» (Jn 8, 31). Ante Jesús Eucaristía reflexionemos:
- Juan comienza su Evangelio diciendo que “el Verbo se hizo carne” (1, 14). En Jesús, el Dios invisible se hizo ver y escuchar. ¡Cuántas palabras y cuántas acciones de Jesús pudieron oír y ver los apóstoles! Muchas de estas fueron atestiguadas en los Evangelios, en los cuales podemos contemplar a Jesús a través de su Palabra. Jesús continúa hablándonos y continúa actuando en nuestra vida.
(Momento de silencio después de cada punto). - Dios quiere tener con nosotros una relación personal, de intimidad. Jesús tocó los corazones de tantos que se encontraron con Él en el Evangelio. Hoy quiere tener esta relación única y exclusiva con cada uno de nosotros. Tener una relación de amistad con Jesús significa “permanecer en Él”. Pero también Él permanece en nosotros, es un permanecer recíproco. Es la reciprocidad propia de la amistad. Uno para el otro y viceversa. Como se lee en el Cantar de los Cantares: “Yo soy de mi amado y mi amado es mío” (6,3). Él ha permanecido presente, vivo y real en la Eucaristía para donarse totalmente a nosotros, para permanecer con nosotros “hasta el fin del mundo”. Ahora debemos elegir “permanecer en con Él”, no solo en este momento de oración, sino todos los días de nuestra vida.
- Sin Jesús no podemos hacer nada, como el sarmiento sin la vid. Debemos «Permanecer en Jesús para tener la savia, la fuerza, para tener la justificación, la gratuidad, para tener la fecundidad. Y Él permanece en nosotros para darnos la fuerza de [dar] fruto (cf. Jn 5,15), para darnos la fuerza del testimonio con el que la Iglesia crece». (Papa Francisco, Homilía en la Capilla de la Casa Santa Marta, 13 de mayo de 2020).
- Su deseo es darnos la verdadera alegría. Solo con Jesús nuestra vida recibirá la alegría plena. Una alegría pura que penetra todo el ser. Jesús está con nosotros y permanecerá siempre con nosotros; nada podrá separarnos de Él, ninguno podrá quitarnos nuestra alegría. Dejemos hoy que Él nos dirija su Palabra. Su modo de hablar es siempre con amor y autoridad transformante: «una palabra tuya bastará» como dijo el Centurión Romano. ¡Solo una! Una palabra tuvo para Levi en aquella mesa; una para Zaqueo en aquel Sicomoro; una para Pedro, Santiago y Juan en la orilla del mar; una para María fuera del sepulcro… Tiene una también para nosotros. Dejemos que Él nos hable al corazón y permanezcamos y moremos en su Palabra, porque solo Él tiene palabras de vida eterna (cfr. Jn 6,69).
Oración personal
En este momento se podría entregar impresa a los fieles la cita bíblica de Jn 15, 5 («Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Quien permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada») para favorecer la oración personal. Mientras tanto, se puede alternar el silencio con música adecuada.
Silencio orante
Canto
Preces comunitarias
L./ Tu que fuiste contemplado por los pastores y los magos en Belén…
R./ Haz que te descubra en mi vida Señor. (cfr. Mt 2,11)
L./ Tu qué mostraste tu gloria en el Tabor…
R./ Haz que disfrute las alegrías de cada día Señor. (cfr. Mt 17,1s)
L./ Tu qué llamaste a tus discípulos en la orilla del lago…
R./ Haz que también yo atienda a tu llamada Señor. (cfr. Mt 4,18-22)
L./ Tu que viste la creatividad de Zaqueo…
R./ Haz que te ofrezca mis esfuerzos Señor. (cfr. Lc 19,1s)
L./ Tu que tocando al sordo mudo le mostraste tu cercanía…
R./ Haz que reciba atento tu Palabra. (cfr. Mc 7,33)
L./ Tu que cambiaste el horizonte de la vida de Mateo…
R./ Llena mi vida de sentido Señor. (cfr. Mt 9, 9-13)
L./ Tu que dirigiéndote a Lázaro lo volviste a la vida…
R./ Anima mi fervor y deseo de santidad Señor. (cfr. Jn 11,1s)
L./ Tu que explicándoles las escrituras a tus discípulos transformaste su tristeza en gozo…
R./ Enciende nuestro amor por tu Palabra y la certeza de tu presencia Señor. (cfr. Lc 24,13-35
Canto
Padre nuestro
C./ Te agradecemos Señor porque siempre estas cerca de nosotros, de manera particular en la Eucaristía y en tu Palabra. Queremos en todo momento acudir a Ti, Palabra de Vida Eterna, acogerte con fe y sencillez, compartirte con entusiasmo, vivir tu Palabra en lo cotidiano y anunciarte con valentía. Con la confianza de hijos y con tus mismas palabras nos atrevemos a decir: Padre nuestro…
Bendición
Al final de la adoración el sacerdote o el diácono se acercan al altar, hace la genuflexión; se entona el Tantum ergo u otro canto apropiado. Mientras tanto, arrodillado el ministro, inciensa el Santísimo Sacramento. Luego se pone de pie y dice:
Oremos
Señor nuestro Jesucristo,
que en este admirable sacramento
nos dejaste el memorial de tu Pasión:
concédenos, venerar de tal modo los Sagrados Misterios
de tu Cuerpo y de tu Sangre
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de tu Redención,
tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R./ Amén
Dicha la oración, el sacerdote o diácono recibe el velo humeral blanco, hace genuflexión, toma la custodiay bendice al pueblo con el Santísimo Sacramento haciendo la señal de la cruz, sin decir nada.
Aclamaciones al Santísimo
Si se retiene oportuno, después dela bendición eucarística se pueden decir, según las costumbres locales, las siguientes aclamaciones:
Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo nombre.
Bendito sea Jesucristo, Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su sacratísimo Corazón.
Bendita sea su preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su santa e inmaculada concepción.
Bendita sea su gloriosa asunción.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.
Reserva
Terminada la bendición, el sacerdote o el diácono que ha impartido la bendición, u otro sacerdote o diácono, reserva el Santísimo Sacramento en el tabernáculo y hace genuflexión.