La Iglesia está viviendo un momento eclesial fundamental, el Sínodo de Sinodalidad: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Tres palabras claves: comunión, participación y misión. En el anterior número de esta revista se profundizó qué implica la comunión como expresión de una Iglesia Sinodal, ahora cómo la participación es una praxis eclesial que denota sinodalidad.
Las primeras comunidades cristianas vivieron la koinonía, que significa comunión, pero también participación conjunta. El Concilio Apostólico de Jerusalén (Hch 15, Ga 2,1-10) es un momento eclesial que describe con claridad un acontecimiento sinodal paradigmático de la Iglesia, en el que la participación de toda la comunidad es vital para asegurar su fidelidad al Evangelio.
La comunidad de Antioquía, frente a cuestiones que la desafían, recurre a los Apóstoles y a los Ancianos de la Iglesia de Jerusalén, para que en comunidad examinen la situación y decidan los pasos a seguir. En el Concilio, la comunidad de Jerusalén, los Apóstoles y los Ancianos reunidos escuchan a Pablo y Bernabé que refieren lo que está sucediendo y a Pedro que hace una profesión de fe. Se discute viva y abiertamente escuchándose mutuamente. Finalmente, Santiago toma la palabra e interpreta los hechos a la luz de los escritos de los profetas y formula una decisión para resolver las dificultades que está viviendo la comunidad de Antioquía.
En todo el proceso se vislumbra una forma de ser y hacer de las primeras comunidades cristianas que marca el camino a seguir cuando se presenten nuevas dificultades. La comunidad tiene una perspectiva de la misión de la Iglesia firmemente cimentada en el designio de Dios que se manifiesta en la interpretación de las Sagradas Escrituras, en la oración común, en la escucha mutua y finalmente, con la acción del Espíritu Santo, en el discernimiento comunitario de lo que se debe hacer.
En el Concilio de Jerusalén todos son actores, la decisión es tomada por los Apóstoles y los Ancianos junto a toda la comunidad. Así la comunidad de Jerusalén primero, y luego la de Antioquía reciben la decisión con alegría. El Espíritu Santo actúa y guía el camino de la Iglesia a través del discernimiento comunitario.
A través del Bautismo todo el pueblo de Dios tiene una dignidad común y una multiforme riqueza de carismas, vocaciones y ministerios. La Iglesia Pueblo de Dios vive y obra la sinodalidad en su ser comunión, en el caminar juntos, reunirse en Asamblea, en la fracción del Pan y en la participación activa de todos sus miembros ejerciendo los dones recibidos para continuar su misión evangelizadora.
El Papa Francisco, en su discurso inaugural del proceso sinodal, insiste en la importancia de la participación como mecanismo para una auténtica praxis sinodal en la Iglesia, y afirma que “si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la sinodalidad de manera concreta a cada paso del camino y del obrar, promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco abstractos”. Todo el pueblo de Dios: laicos, consagrados y ordenados, están llamados a recrear espacios de escucha mutua que permitan, a su vez, la escucha del Espíritu Santo. Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable llamada a articular la participación de cada miembro del Pueblo de Dios según su propia vocación.
Artículo publicado en Revista Bolivia Misionera Nº 27, abril 2022.
