Encuentros de formación misionera en torno a Hechos de los Apóstoles
Texto: Hechos 12,1-7
Por aquel tiempo el rey Herodes emprendió una persecución contra algunos miembros de la Iglesia. Hizo degollar a Santiago, el hermano de Juan. Y, viendo que esto agradaba a los judíos, hizo arrestar a Pedro durante las fiestas de los Ázimos. Lo detuvo y lo metió en la cárcel, encomendando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno. Su intención era exponerlo al pueblo pasada la Pascua.
Mientras Pedro estaba custodiado en la cárcel, la Iglesia rezaba fervientemente a Dios por él. La noche anterior al día en que Herodes pensaba presentarlo al pueblo, Pedro dormía entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, mientras los centinelas hacían guardia ante la puerta de la cárcel. De repente se presentó un ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El ángel tocó a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: “Levántate rápido”. Se le cayeron las cadenas de las manos.
Estudiando y meditando
Agripa I inicia la persecución contra miembros de la comunidad, así hace apresar al apóstol Pedro porque lo considera la cabeza del movimiento, lo encarcela y orden que cuatro escuadras de cuatro soldados lo vigilen a toda hora. La comunidad, enterada del encarcelamiento, ora sin cesar a Dios por el Apóstol, siguiendo la enseñanza de Jesús, de pedir insistentemente (Lc 18,1-8). El ‘Ángel de Señor’ irrumpe con su luz y la fuerza del Resucitado libera a Pedro de las cadenas y sale ileso del encarcelamiento.
Profundizando
“No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo” (Papa Francisco, Homilía, 2017).
Reflexionemos
¿Es nuestra parroquia o grupo una comunidad misionera? ¿Se siente responsable de la misión a pesar de las dificultades?
¿Cómo nuestra comunidad nos da fuerzas para el anuncio del Evangelio?
¿Cómo logar que pese al panorama que nos desafía, el anuncio del Evangelio llegue a los múltiples y variados grupos de personas más allá de la comunidad eclesial, hasta los confines de la tierra para la transformación del mundo?
Celebrando
Leemos nuevamente el texto bíblico. Después de un momento de silencio, compartimos la frase del texto bíblico que más nos llama la atención y cómo la asumimos en nuestra vida.
1. Oramos con el Salmo 28 (27), 6-9.
¡Bendito sea el Señor
que escuchó mi voz suplicante!
El Señor es mi fuerza y mi escudo:
en él confía mi corazón.
Me socorrió y mi corazón se alegra;
le doy gracias con mi cántico.
El Señor es mi baluarte y refugio,
el salvador de su Ungido.
Salva a tu pueblo, bendice a tu heredad,
guíalos y sostenlos siempre. Amén.
- Se hacen peticiones espontáneas.
- Cada uno expresa un compromiso de vida.
Preparando el próximo encuentro
En el próximo encuentro reflexionaremos en torno a Hechos 16,9-15, sobre el apóstol Pablo y la expansión del anuncio hasta el corazón del imperio.
Por: María Beatriz Castro Mojica