Lecturas de Hoy: Esd 9,5-9; Sal Resp: Tb 13,2-4d.8cd; Lc 9,1-6
En un pequeño pueblo de Gascuña, Francia, en 1581, Vicente de Paúl nació en una familia de campesinos. A pesar de que su adolescencia la pasó en los campos, su fina inteligencia fue notada por un benefactor que le ofreció la oportunidad de estudiar, tanto fue así que en 1600, a sólo 19 años de edad, fue ordenado sacerdote, mientras que la licenciatura en teología la obtuvo en 1604. Abrió una escuela privada pero contrajo muchas deudas; además, durante un viaje en barco de Marsella a Narbonne, su barco fue atacado por piratas; Vicente fue hecho prisionero y vendido como esclavo en Túnez. Consiguió recuperar su libertad y volver a Francia dos años después gracias a su tercer propietario, que poco a poco se había convertido al cristianismo.
De preceptor de los ricos a párroco de los pobres
En 1612 a Vicente finalmente le fue confiada la parroquia de Clichy, en las afueras de París. Esta misión le permitió conocer al cardenal Pierre de Bérulle, que sería su padre espiritual durante mucho tiempo. Comenzó entonces su actividad como catequista, pero al año siguiente se convirtió en tutor de los niños de los marqueses de Gondi, donde permaneció por cuatro años. Fue aquí donde Vicente se dio cuenta por primera vez de la enorme brecha entre ricos y pobres, no sólo desde el punto de vista material y social, sino también desde el cultural y moral. Sus preocupaciones fueron compartidas por la marquesa Gondi, que puso a su disposición una gran suma de dinero para establecer una misión de predicación de cinco años entre los campesinos de sus tierras. Vicente, sin embargo, no encontró otros sacerdotes que le apoyaran en esta tarea y desistió, dejando temporalmente el castillo y yendo a trabajar en la parroquia rural de Chatillon-le-Dombez. Pero aquí el contacto con las miserias de los campesinos lo sacudió aún más profundamente.
El «descubrimiento» de la caridad que mueve al mundo
Como primer acto de párroco, Vicente se hizo cargo de una familia enferma que no tenía nada que comer: organizó, entonces, una cadena de solidaridad entre los feligreses que tuvo mucho éxito. Sin embargo, se dio cuenta de que una vez que la limosna se hubiera acabado, la familia se habría hundido de nuevo en la indigencia: por lo tanto, se necesitaba una organización más eficiente, a largo plazo, para servir a esta y otras familias necesitadas de la zona. El 20 de agosto de 1617, la primera célula de la Caridad Vicentina cobró vida. Para ocuparse de ello, como imponía la sociedad de entonces, serán sólo mujeres llamadas «Siervas de los pobres». La asociación creció exponencialmente y en un tiempo récord obtuvo la aprobación del Obispo de Lyon. Vicente comprendió que era el amor lo que movía todas las cosas y eligió dedicarse enteramente a esto: transmitir a los demás al menos algo de ese amor con el que se sentía profundamente amado por Dios.
Damas e Hijas: Familias de la Caridad
Vicente regresó al castillo de Gondi, pero esta vez para ocuparse sólo de la promoción humana y material de los campesinos. Luego se trasladó a París, porque era en las ciudades donde las diferencias sociales entre los que tenían todo y los que no tenían nada eran mayores: sintío que era allí donde debía intervenir. En la capital pronto muchas mujeres nobles deseosas de hacer caridad y de contribuir económicamente a sus obras, buscaron a «Monsieur Vincent»: así nacieron las Damas de la Caridad, entre las que se encuentraba incluso la futura Reina de Polonia. El trabajo más importante que lograron realizar en 1634 fue la apertura de un hospital de la ciudad. Pero las Damas no eran suficientes: tanto en número como porque, dada su posición social, no podían hacerse cargo de las ocupaciones más humildes. En 1633, entonces, Vicente fundó una Congregación femenina muy innovadora para la época: las Hijas de la Caridad, que no serían «monjas», alejadas del mundo y dedicadas a la contemplación, sino «hermanas», hermanas de los últimos, que vivirían junto a ellos en el mundo y los atenderían diariamente. En resumen, por primera vez las mujeres consagradas también participarían en el apostolado activo. Aún hoy las Hijas de la Caridad son la familia religiosa femenina más grande de la Iglesia.
La formación del clero y los «Lazaristas»
Pero el trabajo de Vicente no se limitó a las nuevas religiosas. Ya en 1618 había empezado a predicar la Palabra de Dios en los pueblos y muchos sacerdotes se habían unido a él: nació una nueva comunidad, que gozaba del apoyo económico de la familia Gondi; entre las reglas estaban la necesidad de vivir juntos, de renunciar a los oficios eclesiásticos más ambicionados, de ocuparse de la asistencia espiritual de los prisioneros y de la enseñanza del catecismo. Era la Congregación de la Misión, más tarde llamada la Congregación de los Lazaristas, en razón del convento de San Lázaro donde estaba ubicada. Vicente se dio cuenta de que la ignorancia de los campesinos también se asociaba a menudo a una mala preparación de los sacerdotes que debían ocuparse de ellos: por eso se comprometió también en la formación del clero, promoviendo ejercicios espirituales y dando vida a las «conferencias de los martes»: encuentros en los que los sacerdotes relataban sus experiencias de apostolado activo y se motivaban mutuamente para ser fieles a su vocación a la santidad.
Las «Regulae» de Monsieur Vincent
Vicente murió en París el 27 de septiembre de 1660 a la edad de 79 años. No dejó ninguna obra escrita: su obra maestra era la Caridad. Una caridad que es un amor universal y abierto que no pone barreras ni distinciones entre lo que se ofrece a Dios y lo que se ofrece al prójimo. Una espiritualidad, la vicentina, que se basa sobre el doble descubrimiento de Cristo y de los pobres, y sobre la complementariedad de la oración y de la acción, un compromiso que está en el mundo y para el mundo y que se concreta sea en la evangelización como en la promoción humana. Sus hijos religiosos siguen la espiritualidad vicentina descrita en las «Regulae». Ellos encarnan las características del espíritu vicentino mediante la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la mortificación y el celo por la salvación de las almas. San Vicente de Paúl fue canonizado por Clemente XII en 1737, mientras que en 1885 el Papa León XIII lo proclamó patrón de todas las Asociaciones de Caridad Católica.
Con información de Vatican News