PRIMERA LECTURA: Ex 16,2-4.12-15. Es el pan que el Señor les da para comer.
El Señor no abandona a su pueblo en su camino hacia la tierra prometida, pero todo camino hacia la libertad tiene dificultades y sufrimiento. El recorrido por el desierto es una prueba para comprobar la inmadurez del pueblo, que protesta quejándose contra Dios, su liberador. La escasez de alimento suscita una reacción blasfema contra Dios hasta interpretar la liberación en el sentido contrario, como como un éxodo hacia la muerte. Sin embargo, Dios permanece fiel a su amor y proporciona alimento a su pueblo en medio del desierto para demostrar que la liberación es para la vida, no para la muerte. Dios da maná y codornices para que los liberados tengan vida y se convenzan de que Él es el Señor, su Dios. Son dones de Dios, para que tengan lo necesario, pero enseñándoles que no les hace falta nada más.
SEGUNDA LECTURA: Ef 4, 17.20-24. Ustedes han aprendido a Cristo.
La carta a los Efesios invita a romper con la mentalidad del hombre viejo y a revestirse del hombre nuevo, creado según Dios, en la justicia y en la dedicación a la verdad (4,24). En esto consiste la renovación de la mentalidad por el Espíritu. El autor afirma que los creyentes han aprendido a Cristo no para vivir en la vaciedad de criterios, propia de una vida sin sentido, sino para caminar en la verdad de Cristo. Aprender a Cristo lleva consigo una ruptura con el estilo de vida anterior a la conversión, con toda corrupción, desenfreno y satisfacción de los propios deseos. La renovación de la mente y del espíritu implica dejar que el Espíritu de Dios renueve la mentalidad, el corazón y la conducta con una forma de vida nueva en la justicia y en la santidad.
EVANGELIO: Jn 6,24-35. Jesús es el verdadero pan del cielo.
Tras el reparto de pan entre la multitud, el discurso del pan de vida que prosigue en el evangelio de Juan ayuda a comprenderlo. Su comienzo (Jn 6,24-35) nos revela que el pan es la señal de la hora de la entrega de la vida y su sentido eucarístico es evidente. Jesús mismo es el verdadero Pan partido en la Cruz, cuyo sacrificio como Víctima de la injusticia humana en la entrega de su vida por amor, da al mundo la vida definitiva y eterna. Con el pan entregado y repartido va la fuerza del Espíritu de Jesús para toda persona que vea la señal y crea en El. Comer este pan vivo implica recibir el don del Espíritu que permite vivir plenamente la Vida y, al mismo tiempo, entrar en el dinamismo de la entrega de la vida como un pan que se parte y se reparte, especialmente entre los pobres y marginados de nuestro mundo. Esta nueva mentalidad es la señal que hemos de percibir en el signo de la Fracción del Pan y la obra que realmente Dios quiere que hagamos en la misión permanente de nuestra Iglesia. San Juan contrapone el maná del libro del Éxodo al verdadero Pan del cielo. Este es Jesús y quien lo come tiene una vida eterna, es decir, una vida que trasciende la muerte humana y una nueva calidad de vida humana, caracterizada por estar vinculado a su Espíritu. Jesús se presenta en el Pan eucarístico como Aquél que es capaz de saciar todo tipo de hambre y de sed, entiéndase, todos los anhelos de la vida humana.
Preguntas de reflexión
- ¿Qué importancia le doy a la Eucaristia en mi vida?
- Mi vida, ¿es verdaderamente una renovación continua para convertirme en don para los demás?
Hoja Dominical «Día del Señor»